
Pan viejo, jarabe de piloncillo, especias, frutos secos y muchos secretos guarda la capirotada de Nicos, un postre tradicional de Cuaresma.
Cuarenta días son los que los católicos se preparan para la semana santa. En ellos se hacen sacrificios, ejercicios de humildad y se limitan los placeres. No carne roja, no pollo. Dulces, los menos. Pero la gastronomía mexicana encuentra su camino a la sabrosura y eso nos queda claro en Nicos, que tiene una capirotada digna de aplausos.
Es un plato que no se mueve de la carta, que despierta recuerdos y que inspira a peregrinaciones gastronómicas hasta la esquina de Clavería y Avenida Cuitláhuac en la CDMX.
Humilde y sencillo, este postre es el estandarte perfecto de la Cuaresma. Aprovecha el pan viejo, las sobras de comida y el piloncillo, la versión más sencilla del azúcar. Recetas hay miles, pero la tradición de no desperdiciar y al mismo tiempo hacer magia con los ingredientes es solo una.
En un plato oscuro y profundo llegan a la mesa unas hogazas de pan frito y remojado en jarabe de piloncillo. La apariencia no es para concurso de belleza -ni la de ninguna capirotada en realidad- pero ni falta que le hace. Es la receta de la suegra de Elenita Lugo, quien dirige este lugar junto a su hijo Gerardo.
Aquello no desprende tanto aroma; más bien lo que huele es el platito hondo del capitán de meseros que viene a espolvorear queso Cotija encima para cerrar el círculo de los sabores y traer balance al plato. Una cucharadita copeteada o un poquito más es la cantidad precisa; si falta, se puede pedir otra vuelta.
La primera sorpresa al dar el primer bocado: no es la típica -y muy incómoda- sensación de pan remojado. Son rebanadas gruesas, de corteza durita y migaja consistente que mantienen buena textura aún después de hidratado.
Es un postre hecho con jarabe de piloncillo aromatizado con clavo y canela así que cualquiera esperaría que fuera una bomba de dulzura. No lo es.
Cualquiera que haya probado la capirotada de su madre o abuela se preguntará al ver la de Nicos ¿y dónde están las pasas y los frutos secos? La respuesta viene después, al fondo del plato para dar una sorprendente despedida.
El secreto, nos cuenta Gerardo, es que se prepara como en los viejos -viejísimos tiempos-: junto con la melaza se cuece jitomate, un poco de cebolla y un par de dientes de ajo que se caramelizan y dan sabor. Nadie conoce al ajo en dulce y por eso no lo reconocen en este plato, nos dice.
¿Cómo iba a ser que un plato que aprovecha los ingredientes viejos para no desperdiciar nada pudiera tener cabida en la llamada alta cocina? Así, con técnica, tradición e historia. Con una infusión o cafecito bien cargado para hacerle compañía. Así, con ganas de mantener viva la cocina de toda la vida en las casas mexicanas.